20.9.12

Sosiego, un instinto animal

Después de un intenso recorrido de cuatro días en el País Vasco, dos amigas y yo subimos al tren de las 5 rumbo a Barcelona. El cansancio acumulado y el suave movimiento de los vagones seducían mi adormilado ser. Pero luché contra ello por temor a un futuro reclamo de mi cuello. Entonces saqué una libreta y me puse a garabatear el paisaje semi rural, semi urbano de Zaragoza.
  A lo lejos descubrí un punto negro que manchaba el azul sin nubes. Luego de observarlo un rato me di cuenta que se trataba de un águila, detenida por una fuerza invisible.
  La observé por no se cuánto tiempo, seguía sin moverse. No acechaba, no volaba, tan solo permanecía. Flotaba el animalejo, libre y sin prisas del tiempo, mientras yo me movía en un tren con horarios, con límites.
  Quién fuera esa águila, que simplemente disfrutaba de lo que mejor sabe hacer, sin esperar una retribución. ¿O fue acaso mi deseo de sosiego, el que confundió a un contemplativo animal con un predador listo para cazar?

El héroe con armadura invisible

Una noche de un día cualquiera, regresaba a casa luego de cenar con un amigo. Me bajé de su coche y él espero a que entrara a mi casa.
   El foco de la entrada estaba fundido. A oscuras, me tomó varios minutos encontrar las llaves dentro de mi preñada bolsa. Cuando comencé a perder la paciencia, mis dedos rozaron el frío metal.
Un poco avergonzada ante tanta espera, hice un nuevo gesto de despedida a mi amigo y caminé hacia la puerta.
   Pero antes de probar la cerradura, algo en el suelo llamó mi atención: una sombra regordeta tiritaba, apretándose contra la esquina de la pared.
   – ¡Aaahhhhhhhhh! ¡una rata!
   Ojalá saltara de la forma en que lo hice esa vez, cuando voy a practicar la escalada… Porque saltar en la calle, en medio de la noche, sin aparente explicación, podría interpretarse como consecuencia de un asalto, o un ataque de locura.
   Mi amigo salió del coche apresurado para conocer el motivo de mi escándalo.
   –Pero si no es más que un pajarito. ¡Pobrecito, está más asustado que tú!
   –¡¿Otro pajarito?!, rezongué, ¡Dios, tú los haces y ellos vienen a mí!
   Porque no era la primera vez que me encontraba con una avecilla perdida. Recogí mis cosas y caminé un poco en círculos para recuperar el aliento. Cuando me sentí mejor volteé a ver a mi amigo, quien ya traía a la criaturita entre sus manos.
   –¿Qué haces?, déjalo en el pastito y ahí que se quede. Con suerte pasará un gato y terminará rápido con su agonía.
   Aún recuerdo los ojos que me echó… sentí que me hacía añicos con la mirada. La culpa me invadió.
   –Ok… ok… perdona lo que dije. Espera un momento, voy por algo a mi casa.
   Subí corriendo a la cocina. Cogí la caja de las galletas Salma y vacié todo su contenido en una bolsa. Perforé varias veces la tapa de cartón y cubrí de periódico el interior, todo en cinco minutos. Luego regresé corriendo a la puerta.
   –Ten. Quizá esto sirva para que no pase frío.
   –Gracias, me dijo, mañana lo llevo al veterinario.
   Nos despedimos por cuarta vez y se fue.
   Este suceso me dejó muy pensativa. ¿En qué momento dejé morir en mí la compasión? Había perdido la inocencia y la sensibilidad de un niño para entregarme a la indiferencia y frialdad del adulto.
   Sigo pensando que llevarse al pajarito era inútil, pero aunque el bichito no logró sobrevivir, mi amigo sí salvó a alguien esa noche… a mí.

13.9.12

'Aventón' VIP


A los 18 años hice mi primer viaje sola. Viví un divertido pero tormentoso mes en Toronto aprendiendo a usar el transporte público y racionando el dinero que me asignaron mis papás. Por supuesto, en un día me gasté el presupuesto de una semana en ropa y demás compras, sin pensar en guardar un poco para transporte, libros para la escuela e incluso comida.
Pero el golpe más fuerte, de la semi-independencia, lo recibí un día al volver de una fiesta. No contaba con que el transporte público lo controlaba gente con horarios y vidas personales. Mi ingenuidad me llevó a pensar que podría volver a casa a cualquier hora y sin problema.
Me subí al autobús de las 11 de la noche, casi vacío y tenebroso. Pero… ¡vamos, es Canadá! País de primer mundo donde los asaltos sólo son cuentos para asustar a los niños.
Por un grave error de distracción, me subí a la línea 340-A, en vez de tomar la 340-B. Y el autobús viró hacia una avenida extraña para mí. Dejé pasar un par de paradas y al final me decidí preguntar al conductor –en un adolescente inglés– el destino final ese transporte.
Camino equivocado. Bajé de inmediato. Crucé la carretera, porque ya no había edificios ni algún tipo de construcción alrededor, y esperé el siguiente autobús.
–Ya pasará alguno… – me traté de convencer.
10 minutos, 15 minutos, 17 minutos… ¡¿qué pasa?!
¡Muy bien, adulto independiente!, para tu conocimiento, a esta hora ya no pasan autobuses. Como no quedaba nada por hacer, emprendí la marcha de regreso a la desviación, que seguramente me tomaría 30 minutos y luego otra hora y media para llegar a la casa donde me hospedaba.
Caminé resignada cuando sentí que la calle vibró. A lo lejos vi las luces de mi añorado autobús.
–Un momento… – me dije –¡estoy a la mitad de dos paradas!, ¿a cuál voy?
Regresé corriendo a la parada anterior, pero el autobús la pasó antes de que llegara. Luego rodó veloz junto a mí, sin detenerse. Corrí desesperada pero, obvio, no lo alcancé.
–Tonta, tonta, tonta…
En realidad me dio más risa que pena pues me sentí como Tribilín en una de sus caricaturas.
–Patitas, pa’ que las tengo–  Me resigné a una noche en vela. Quizá podría faltar mañana a la escuela.
Vagué durante 20 minutos hundida en mis pensamientos, cuando el suelo volvió a cimbrar. Otro autobús y ninguna parada cerca. ¿Para qué ilusionarse? Seguí caminando y lo ignoré. Pero el autobús redujo la velocidad hasta igualar mi paso y abrió sus puertas.
–Are you still here? – Era el chofer del autobús que abandoné. –Oh silly girl, hop on, I’ll take you home.
Sorpresa la de los vecinos al verme llegar a casa en semejante limusina. 

10.7.12

Terror interrumpido


El filoso chillido de un gato me pellizcó el oído. El sueño me abandonó de inmediato. Vagué insomne por el pasillo hasta llegar al sótano. Abrí la puerta y el sofocante y húmedo aire del cuarto golpeó mi rostro. Entré sin vacilar. Cada paso retumbaba en el cavernoso ambiente. Un sueño deletéreo invadió mi cuerpo y desmayé.

Sabor en el aire


Son casi las cinco de la tarde. El sol se cuela entre las rendijas de la ventana de la cocina y baña de luz el tazón de mangos recién cortados.

El dulce aroma de la fruta madura impregna el aire. Me acerco y tomo el primero. Es firme y de buen color, su textura aroma y sensación me hablan de un gusto ligeramente ácido que no es el que busco. Lo devuelvo y tomo un segundo. Puedo sentir la pulpa jugueteando debajo de la piel con cada ligero apretón de mi mano; me parece una fruta muy castigada por el tiempo. La devuelvo y quemo mi tercera oportunidad. Terso, amarillo, una superficie ligeramente pegajosa pero tan suave como firme, sin duda el mango elegido.

No lo pensé dos veces, lo desollé sin piedad, encajé los dientes en su jugosa carnosidad y ese dulzor que me sedujo antes fue uno conmigo.

23.1.12

uy, las palabras

“¿Qué pasaría si las palabras pudieran desgarrarse? Por eso, más que decir lo que sientes, vívelo y demuéstralo...”
Éste fue mi comentario del día en Facebook, inspirado en la canción “More than words” del grupo Extreme. Aunque no me considero una experta letrada, la palabra es algo que me apasiona. Su forma, su simbolismo, lo qué se puede hacer con ella. Culpo a mi accidental oficio de editora…

15.1.12

Un coro de gallos en canon

Un coro de gallos en canon
La invitación a dar un paso adelante
Fuera de los sueños y de vuelta a la realidad
De trabajo duro, esfuerzo y desgaste pero felicidad tangible